domingo, 28 de octubre de 2018

El Cristo Crucificado de Francisco de Goya

Pese a que las pinturas mas conocidas de Goya son aquellas que no representan temas religiosos, bien sean retratos o esas famosas escenas expresionistas realizadas en los últimos años de su vida, tenemos también algunas obras religiosas del artista en las que podemos apreciar su gran calidad a la hora de realizar estos temas.


La obra que hoy nos ocupa es una representación de Cristo crucificado que fue realizada por Goya para solicitar su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Había realizado algún intento anterior y la actitud clásica de los componentes del tribunal había hecho que la obra fuera rechazada. Quizás por eso en este nuevo intento había que presentar una obra más atemperada, que fuera más del gusto clásico de los académicos. 
Puede ser esta la razón por la que represente un Cristo que no tiene sensación de sufrimiento, simplemente mira al cielo quizás preguntando al Padre el porqué de su abandono. Para ello influye mucho la peana sobre la que se apoyan los pies y que hace que la figura evite la falta de oxígeno como consecuencia de la gravedad. Eso hace que el Cristo parezca tranquilo incluso que sea capaz de crear un pequeño contraposto con los pies.
También el Cristo se encuentra limpio de sangre, aunque ahora hablaremos de las influencias  que tiene la obra parece inspirarse en obras andaluzas como el Cristo de los Cálices realizado por Juan Martínez Montañés y conservado en una de las capillas de la Catedral de Sevilla.

Anton Rafael Mengs Cristo en la cruz

Parece que el cuadro en el que se inspira fue realizado por Anton Rafael Mengs con la diferencia de que Goya elimina el paisaje y se acerca más a Diego Velázquez en la representación del claroscuro, oscureciendo el fondo e iluminando la figura. El modelo en el que se inspira también tiene que ver con el creado por Francisco Pacheco y que servirá a la iconografía andaluza de la que Velázquez será su máximo representante. El genio sevillano realizó dos figuras de Cristo Crucificado uno de ellos muerto, quizás el más conocido, y otro vivo, ambos conservados en el Museo del Prado y muy similares al que realiza Goya para su ingreso en la academia. 

Cristo en la cruz. Diego Velázquez

domingo, 21 de octubre de 2018

Pintando con puntos de colores

La pintura con puntos ha atraído a los artistas desde época temprana, no tenemos más que pensar en algunas de las formas representadas por los hombres primitivos en las cuevas, símbolos tremendamente complicados de interpretar que se han querido asociar en algunos casos con prácticas sexuales o bien con rituales desconocidos ante la falta de documentación.


Esta pintura volvió a ponerse de moda a lo largo del siglo XIX y XX. Algunos artistas la han utilizado buscando diferentes respuestas a sus investigaciones, otros en cambio parecen reírse de nosotros cuando nos ofrecen pinturas de este tipo, ya que sus explicaciones no llegan a convencer a un público que observa esas obras con cierta estupefacción.
Vamos a hacer un repaso de algunos artistas que han utilizado los puntos en sus composiciones, revisando desde el punto de vista crítico, si sus obras tienen vigencia o han sido superadas por un discurso completamente vacío de contenido.
Comenzamos con una de las obras más conocidas de Seurat, el desayuno en la hierba, uno de los referentes del puntillismo, un estilo que comienza sus andanzas en torno al año 1880. El puntillismo utiliza puntos de colores para componer sus cuadros, mirados a cierta distancia la retina se encarga de mezclar los colores en nuestra mente para que obtengamos una composición que adquiere cierta coherencia. La separación de colores producida en el cuadro vuelve a unirse en la retina del espectador, colores primarios y secundarios se unen en nuestra mente para crear nuevas apreciaciones como por ejemplo el naranja que surge de colocar colores rojos y amarillos juntos.


Kandinsky era un estudioso de la pintura, de él sabemos que realizó la primera obra abstracta en el año 1912, en concreto una acuarela, desde ese momento es un artista entregado a la abstracción y al estudio de las propiedades del color. Kandinsky apostaba por una vida llena de color, estaba convencido de que el uso del color ayudaba a psicología del ser humano de manera positiva. La emoción que transmitan sus obras es muy importante para el autor, alegría, esperanza, deseo y algunas más. Así que para él las formas que aparecen en el cuadro, todo tipo de geometría, no es importante sino los colores que se utilizan. La gradación de colores debe ser correcta para que sea agradable a los ojos, hay un estudio de la situación de cada color en el cuadro, amarillo en el interior y negro en el exterior, por ejemplo.



Malevich en su obra Círculo negro, como gran representante del suprematismo, trata de definir la esencia de la pintura, se reducen las formas a los elementos básicos. Sus cuadros se componen de formas simples y primitivas. Se trata de descubrir en esas formas cosas alejadas del conocimiento. El artista habla de una nueva búsqueda de Dios, algo que parece un poco exagerado para la simplicidad a la que se reducen sus formas y colores.
Y llegamos a la difícil zona de confort tras superar el minimalismo que reduce las formas de forma geométrica igual que hacía Malevich en muchas de sus creaciones.


Vamos a comenzar con las obras de Miró de la serie Azul. Miró tiene un momento interesante en su carrera, se trata de las obras de mediados de los años XX en las que busca un mundo alternativo con escenas donde el comic tiene una presencia muy importante. Se trata de trabajos que servirán de precedente a los dibujos animados cargados de situaciones que no dejan de tener su diversión. Pero la evolución posterior del Miró y su vertiente surrealista deja bastante que desear. Primero ese mundo alternativo va reduciendo las formas y ajusta los colores de una manera que trata de llegar a Kandinsky para jamas conseguirlo y finalmente en los años 70 nos deleita con la serie de cuadros en azul. Se trata de un cuadro con el fondo azul y puntos de color negro (puede que incluya una línea en rojo). Esta es una obra que carece por completo de un discurso conceptual, donde no se puede extraer ninguna de la conclusiones que se demanda a cualquier obra de arte contemporáneo y por lo tanto carente de sentido. Quizás llevado por el éxito el artista puede pensar que puede hacer lo que le de la gana, pero la gente que no es idiota se dará cuenta que tras ellas no hay nada más que colores, simpleza y falta de creatividad. Una pena para un artista que prometía mucho y se quedó en nada.


El tótem del arte Damien Hirst también ha dedicado una serie de interminables cuadros a realizar puntos de colores. Estas obras fabricadas en su estudio por personas contratadas tienen como ventaja que siempre uno de los puntos será diferente al otro porque uno de sus colores varía. Así que siempre podrás hacerte con una obra original de Damien Hirst que nadie más tiene. Si nos saltamos esta maravillosa ventaja, cargada de originalidad, el resto de la obra no tiene ninguna otra explicación. Por supuesto no tiene nada que ver con otras series del artista donde quizás los animales en formol aluden al paso del tiempo o las mariposas semejan ciertas formas que pueden resultar divertidas y llenas de colorido. Los cuadros de puntos de Hirst carecen por completo de discurso y son simplemente una consecuencia de un mercado loco en el que el nombre del artista es mucho más importante que la obra que crea. La obra no interesa sino que solo tener un Damien Hirst en la colección, sea el que sea. El tiempo (quizás el tema tratado en sus animales en formol) nos dirá que esa creación es un accidente dentro del desarrollo de la historia del arte y que el mercado hay veces que no castiga la falta de originalidad.


Me cuesta hablar de las obras de Yayoi Kusama, en sus instalaciones su obsesión por los puntos parece enfermiza. Me interesa alguno de los conceptos de pintura expandida que observamos en su trabajo, como los puntos desbordan en marco para extenderse por toda la sala de exposiciones. Aunque debemos quedarnos en eso porque no tenemos nada más que decir. Lo que si es cierto es que su pintura conecta a la perfección con el público, que acude emocionado a cualquier museo que realice una exposición de Kusama. Quizás es por el ambiente pop de las obras, puede que sea porque conecta perfectamente con los niños, tal vez por esa simplicidad que nos conduce a llevar a lo más alto las creaciones que seriamos capaces de realizar sin estudios en Bellas Artes. El caso es que Kusama gusta. ¿A ti te gusta Kusama?


Para terminar un par de apuntes, la artista española Alejandra Icaza también ha realizado cuadros con puntos. Yo mismo escribí una introducción a la artista en un catálogo de mano donde hablaba para justificar su obra de partículas, lentejuelas de un traje, campo magnético de colores que se atraen, luces de colores que iluminan el caminar por una feria, una obra a medio camino entre la saturación y el vacío. Pero lo veo ahora mismo y me vengo abajo en el planteamiento al que no encuentro sentido.


De todas maneras en un país como el nuestro el uso de los puntos o lunares no nos resulta nada extraño en el diseño, no tenemos más que volver los ojos a cualquiera de los trajes de flamenca que se presentan en cualquier desfile previo a la Feria de Abril y nos daremos cuenta que estamos más cerca de lo que pensamos de la estética de los puntos de colores.



domingo, 14 de octubre de 2018

Pioneros de la fotografía. David Octavius Hill

David Octavius Hill es uno de los fotógrafos que nos ha brindado los mejores retratos que fueron tomados con esta práctica a lo largo del siglo XIX. Había nacido en el año 1802 en la ciudad escocesa de Perth y vivió durante 68 años.


Hill fue un litógrafo y pintor escocés y se acercó a la fotografía porque había recibido el encargo de pintar una obra que debía de incluir a más de 500 personas, de cada una de ellas debería realizar un retrato. El nombre de la asamblea a representar se llamó "The Disruption Assembly" tuvo lugar en 1843 con motivo de la separación de la iglesia escocesa y la iglesia inglesa. Hill debía pintar una obra que representara esta primera asamblea. Para llevar a cabo este encargo debería hacer retratos de todos los miembros. Para ello empezó a trabajar con el fotógrafo Robert Adamson que se dedicaba a realizar calotipos de diferentes personas. Adamson murió en 1848, en esa fecha ambos había recopilado más de 1500 fotografías. Este fotógrafo había trabajado junto a uno de los padres de la fotografía Talbot que será el introductor del calotipo en esta disciplina


Lo que hacía Hill es que cada modelo posara para ellos durante uno o dos minutos sin ningún soporte natural lo que le diferencia de la mayoría de retratos que habían sido tomados con el daguerrotipo, el método más extendido en fotografía. En principio realizó retratos de los miembros de la nueva iglesia pero poco a poco empezó a hacer retratos de otra gente que incluían amigos, soldados, aristócratas bien en solitario o en grupo.
También realizó uno maravillosos retratos de los pescadores de New Haven y sus familias, todos ellos con una actitud relajada y bastante naturalidad. 
La figura de la mujer de los pescadores bajan los ojos de manera que podemos penetrar en su subconsciente y saber como se siente. Se trata de una cara de misterio porque debe posar frente a una máquina capaz de generar una imagen de si misma. Da la impresión de que la figura siente que una parte de su alma se va en ese retrato. Frente a todo el mundo que posa frente a la cámara en estas primeras fotografías la gente demuestra una gran inocencia, timidez y naturalidad.
En las fotos de David Octavius Hill el rostro humano aparece rodeado de silencio, da impresión de que la mirada descansa en cada uno de los retratos. Vamos a destacar las figuras que representa en el cementerio de Greyfiars en Edimburgo. En esas fotos tenemos la sensación de que los modelos están en el salón de su casa en vez de en un cementerio. Todos parados sin ningún movimiento.


domingo, 7 de octubre de 2018

La imagen reprime el valor cultural

La frase que da titulo a esta pequeña reflexión está tomada de otra que escribió el pensador y filósofo Walter Benjamin que dice exactamente que "la exhibición reprime el valor cultural". Vamos a poner un ejemplo de aquello a lo que nos estamos refiriendo.

Una imagen de la Plaza Mayor de Salamanca

Cuando un grupo de turistas entra por primera vez en la Plaza Mayor de Salamanca se sienten sorprendidos por los diferentes detalles que encuentran en ella y comienzan a tomar fotografías. Estas pueden dirigirse a alguno de los cuatro pabellones de la Plaza, a las figuras representadas en las medallas, a lo balcones de las casas que todavía se conservan o bien a que quede reflejado el momento que han estado allí bien con una foto de pareja o con un selfie que incluya una imagen reconocible del lugar. Se trata, siguiendo las teorías de Benjamin, de fotos completamente desprovistas de aura, no tienen intención de perdurar, no son arte sino un instante repetido hasta la saciedad. 
Ahora deberíamos preguntarnos un par de cosas. Primera ¿cuántas fotos iguales vamos a encontrar entre las que se han tomado? La mayoría de las personas que han acudido no tienen una voluntad artística sino que simplemente quieren reflejar el momento. Si buscamos las fotos relativas a la Plaza Mayor de Salamanca ese día en las diferentes redes sociales, nos daremos cuenta que casi todas son iguales, los puntos de vista son muy parecidos y se retrata siempre lo mismo. Es mayor el deseo de documentar el lugar que se ha visitado que buscar el punto de vista diferente que nadie más va a retratar. Muchas veces esas fotografías van a servir para situar a ese persona en un lugar concreto, quizás le ayudan a recordar que es lo que estuvo haciendo allí y cuáles son los lugares por los que pasó. Indudablemente son tantos en tan poco tiempo que muchos de ellos ni siquiera los recuerda, entre otras cosas porque para poder apreciarlos se necesita la suficiente calma que el turismo contemporáneo no proporciona. Los grupos de turistas semejan a rebaños de ovejas que se mueven de un lugar a otro llevados por un pastor que les explica lo que le parece y donde el rebaño no se cuestiona si lo que se dice es o no cierto sino que asume el mensaje dispuesto a continuar al siguiente lugar de visita. 

Una de las fotografías del artistas norteamericano Gregory Crewdson

Segunda de nuestras preguntas  ¿por qué tomamos tantas fotografías? Juan Martín Prada dice en su libro El ver y las imágenes en el tiempo de internet que las cosas solo adquieren valor si son expuestas visualmente. Y tiene toda la razón , si nuestra imagen no aparece en algún sitio de forma continua parece que no estamos haciendo nada, que nuestra vida carece de sentido, porque también carece de imágenes que mostrar. La imagen se ha convertido en un elemento de consumo, sitúa a la gente en un lugar concreto, ayuda a informar y dar a conocer aquello que interesa, no como es tu vida realmente sino solo momentos de ella que se asocian a diferentes actividades lúdicas o laborales. 
El caso es que hoy en dos minutos, como indica Juan Martín Prada, tomamos más fotografías que toda la humanidad en el siglo XIX. Hay tanto material acumulado que resulta imposible que se pueda contemplar todas las fotos que hacemos. Miles de cámaras graban para que esas imágenes nunca serán vistas por un ojo humano. Muchas de ellas quedaran en el olvido, bien porque no son publicadas o bien porque no existen ojos que puedan verlas. Es el sino de nuestro tiempo y va en aumento.

Imagen del fotógrafo contemporáneo Nick Brandt