lunes, 10 de febrero de 2020

Futurismo. La estética de la velocidad


Los futuristas hablaban en su manifiesto escrito en 1908 y publicado en 1909 en el periódico francés Le Figaro que “igual que nuestros antepasados buscaron inspiración en la atmosfera religiosa que embargaba sus espíritus, nosotros debemos buscarla en los prodigios tangibles de la vida moderna, en la férrea red de velocidad que cubre la tierra, en los trasatlánticos, en los maravillosos aeroplanos, en la tremenda audacia de los navegantes subacuáticos, en la agitada lucha por lo desconocido, en la actividad frenética de las grandes ciudades”. Siempre me han llamado la atención algunos aspectos de este texto que me gustaría comentar.
En primer lugar los futuristas y en concreto Marinetti cuando redacta estas líneas está profundamente emocionado por los progresos que la humanidad ha sido capaz de hacer desde la primera revolución industrial y como el desarrollo ha sido capaz de crear “necesidades” que poco a poco se adaptan al gusto de los consumidores que empiezan a comprarlas o a disfrutarlas. Una de las prioridades de la industria será la comunicación entre los diferentes lugares para que los productos vayan de un lugar a otro lo más rápido posible. Esta comunicación comienza a hacerse por medio del transporte ferroviario, también por las incipientes carreteras con la circulación de los primeros vehículos o las primeras tentativas de la conquista aérea desde que se realiza el primer vuelo a motor de la historia en el año 1903. 



Todo este movimiento vertiginoso obsesionaba a los futuristas que trataban de plasmarlo en sus escritos y obras de arte. Claro que si empezamos a pensar y comparar lo que sucedía entonces y lo que disfrutamos ahora quizás esa emoción se habría multiplicado por varios miles y Marinetti no habría sido capaz de resistirlo, ingresando posiblemente en un psiquiátrico ante la rapidez con la que todo se mueve en la actualidad. No hablemos por supuesto de las comunicaciones tanto de personas y mercancías como de información, con todas las posibilidades en la palma de la mano cuando tenemos una conexión de datos en nuestro teléfono móvil.
En una entrevista de Heinz Norbert Jocks con Paul Virilio realizada en 1999 nos cuenta el filósofo que Einstein afirmaba en 1950 que había tres bombas en el porvenir del hombre, la primera era la bomba atómica, quizás refiriéndose a la amenaza de una destrucción masiva que puede ocurrir en muy poco tiempo con el arsenal armamentístico acumulado por algunas potencias mundiales, la segunda era la bomba de la información, es curioso que entonces no existía la informática y la circulación, como ahora, de noticias contradictorias que te hacen dudar qué es verdadero o falso y te hacen tomar tus propias decisiones en torno a los sentimientos y afinidades políticas, religiosas o ideológicas. Y la tercera es la bomba demográfica, ahora parece que estancada en los países desarrollados pero no en otras zonas del mundo que presionan para entrar en el primer mundo con miles de refugiados e inmigrantes que buscan una vida mejor o una nueva oportunidad.
Marinetti decía que la velocidad es la violencia en todos los ámbitos. Virilio decía que no está en contra de la técnica ni tampoco quiere volver a la época de la carretilla, pero que quizás deberíamos dejar de idealizar y desmitificar a los objetos técnicos. Todos ellos pueden parecer necesarios pero también el marketing se encarga de crear necesidades ficticias o avances mínimos con idea de aumentar las ventas.
El segundo aspecto del que hablaban los futuristas con insistencia es sobre la velocidad y la rapidez de movimiento que existía en ese momento, fábricas, industrias, compañías, comunicaciones. Si ponemos nuestros ojos en la actualidad, la velocidad tiende al infinito. En su libro El Cibermundo, la política de lo peor, editado por cátedra en 1997, Paul Virilio habla sobre la velocidad y dice de ella que es el poder mismo. También dice que la velocidad nos lleva a la estrechez del mundo, las comunicaciones son cada vez más rápidas y eso hace que el mundo se haga más pequeño, quizás, dice el filósofo, deberíamos descubrir el placer en las cosas que nos rodean, volver la vista a la naturaleza, disfrutar de ella, quizás tal como Benjamin describe el aura en su breve ensayo sobre la historia de la fotografía. Olvidarnos en suma de todo lo que rodea a la rapidez de la vida diaria.



La velocidad solo produce estrés o ansiedad. Antón Patiño en su libro Todas las Pantallas Encendidas publicado en Forcola ediciones habla sobre el zapping como una de las grandes ansiedades de la sociedad contemporánea ¿Cuál es la razón para estar pulsando una tecla y otra de forma constante? Paseando por diferentes canales con un intervalo de unos segundo. Quizás estaría bien que inventaran un mando con la posibilidad de permanecer algo menos de cinco segundos en cada canal y progresar en bucle por los cientos de posibilidades que nos ofrecen la televisión ahora mismo. Continúa Patiño que esto significa ver sin ver nada, son imágenes que desfilan antes nuestra vista y que no duran mucho más que algunos de los planos que estamos acostumbrados a ver en las películas actuales de acción, algo menos de cinco segundos. Escenas al fin y al cabo que somos incapaces de recordar. Algo parecido sucede con la red social de moda, Instagram, donde las fotografías se suceden una tras otra en intervalos menores a un segundo ya que deslizamos la pantalla para seguir viendo más y mas. No hablemos de los Stories donde el comportamiento es exactamente igual. Coincidimos con Antón Patiño en que todo esto es fruto del tedio y del aburrimiento pero sin levantar la cabeza de la pantalla.
Volvemos a la época de la modernidad donde algunos de los inventos del momento causaron un gran impacto en muchos artistas que trabajan en ese momento. El tren es uno de los elementos más representados desde su nacimiento quizás partiendo de la obra pintada por Turner en 1844 titulada Lluvia, vapor y velocidad, en cuyo ambiente se puede apreciar esa atmósfera humeante provocada por las actividad de la industria y por la presencia del tren que también aporta ese ambiente de neblina en la que se esconden los diferentes elementos que componen el cuadro. Todo ello tiene algo de novedad que atraía profundamente al artista y a buen seguro a la gente que podía contemplarlo. Desde 1830 había trenes en movimiento entre las ciudades de Manchester y Liverpool que quedaron unidas por ferrocarril en ese año. Los artistas impresionistas abiertos a la representación de nuevos temas que superaran el clasicismo parecen ansiosos por representar estos nuevos inventos, como hizo Monet cuando representó en 1877 un paisaje urbano que incluía la Estación de San Lázaro donde el tren era el protagonista de la obra.
El cine tampoco es ajeno a esta moda y los hermanos Lumiere rodarán unos 50 segundos sobre la llegada de un tren a la estación a la estación de la Ciotat, fue rodada en 1895 y presentado por primera vez al público en 1896. Los rumores dicen que causó tanta impresión en el público que algunos de ellos abandonaron la sala tras la primera proyección, no deja de ser parte de la rumorología que convierte hechos como este en parte de la mitología. 


En España contamos con la obsesión en la representación del tren que realiza Dario de Regoyos en diferentes obras.
En una línea similar podemos encontrar multitud de obras y artistas dedicados al tema de la aviación y los aviadores o bien al automóvil, cuya primera exposición internacional se celebró en 1895 y cuya imagen se orientó sobre todo al tema del diseño y de la publicidad, indudablemente era necesario vender el nuevo invento con la mayor profusión posible.
La velocidad como tema de representación de diferentes artistas. Partiendo del futurismo y su idea de plasmar ese concepto en pintura, intentando tal vez representar temas que la fotografía no podía captar, como era el movimiento o bien su simulación en este caso en un lienzo, tal como ocurre en el Desnudo bajando la Escalera de Marcel Duchamp o en los trabajos de algunos de los artistas rusos que en gran número practicaron este movimiento como Natalia Goncharova en su obra El ciclista realizada en el 1913.