domingo, 14 de febrero de 2016

La Madonna de Edward Munch

Munch es quizás el artista mas representativo del expresionismo, un movimiento entre cuyas características se incluyen el uso de unas largas y sueltas pinceladas, el contraste de colores, con una gran presencia de colores oscuros y unos temas que sueles ser trágicos o tristes. Tenemos una gran referencia en España de este tipo de obras, ya que Francisco de Goya realizó sus pinturas negras en los muros de su domicilio con este estilo, incluyendo deformidades en la cara o el cuerpo de los personajes, debido al uso de una pincelada excesivamente suelta.


Munch vivió entre 1863 y 1944 por centrar la época en la que nos situamos, es decir es un artista que trabaja a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en plena efervescencia de diferentes estilos artísticos que conviven buscando nuevas vías para una pintura asustada por el auge y la perfección de la fotografía.
Existen varias versiones de esta Madonna que hoy nos ocupa, concretamente cinco, que incluyen pequeñas variaciones entre ellas, pero mantienen la posición y composición de la figura representada. Esta obra estaría realizada entre los año 1892-1895. Por tener una referencia, la obra más conocida de Edward Munch, El Grito, fue pintada en el año 1893, es decir estamos en la misma época en la que pinta su obra cumbre.
Lo que es bastante extraño es interpretar lo que quiere representar en esta obra. El título alude a una representación de la Virgen María. Aunque es cierto que Munch no mostró ningún interés por la temática religiosa y menos en el momento en que pinta la obra, con lo cual existen bastantes dudas sobre si esta obra puede representar a la Virgen María. Resultaría muy extraño que además de muestre en esta postura tan sensual y provocativa.
Mas bien deberíamos inclinarnos a una representación del amor, el amor decadente, al mismo tiempo sensual y provocativa, ya que cierra los ojos, como si estuviera disfrutando el momento y levanta uno de sus brazos para poder destacar sus atributos personales, una idea que ya utilizó Ingres en El Baño Turco o que hará Picasso después en Las Señoritas de Aviñón.
Al mismo tiempo sugiere la posición y forma de figuras de mártir, como San Sebastián representado por Boticelli, una sugerente figura que acepta su destino de ser atravesado por las flechas lanzadas por sus torturadores.


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