La duda de Santo Tomás es uno de los temas más representados en la historia del arte cristiano, entre otras cosas debido a la gran importancia que la Iglesia concede a la fe, en oposición a aquellos que carecen de esta virtud y que por tanto necesitan confirmar aquellas cosas que les cuentan para poder creerlas.
Desde época medieval podemos ver alusiones al tema, como ocurre por ejemplo en el Claustro de Santo Domingo de Silos, donde curiosamente la forma de representar al apóstol de Cristo es esculpiendo una cara en la que parece un simio por tener la osadía de dudar sobre la Resurrección del maestro.
La evangelio nos cuenta como estaban reunidos los apóstoles y después de la muerte y resurrección se les apareció Jesucristo, pero entre ellos no se encontraba Tomás, de manera que una vez el maestro se había ido y Tomás había regresado, sus compañeros le contaron el tiempo que habían pasado con el maestro. Tomás no les creyó, dijo que hasta que no lo viera con sus ojos no lo creería, hasta que no metiera los dedos en las llagas de sus manos y de sus pies y el puño en la herida del costado no podría creerlo. La vez siguiente que reunidos los apóstoles se presentó Jesús delante de ellos, lo primero que hizo fue llamar a Tomás y obligarle a meter los dedos en la llagas de las manos y en la herida del costado, para que de esta manera comprobara que realmente era Jesús, el cual le llamó hombre de poca fe y alabó a todos aquellos que creían sin haber visto, a todos aquellos que tienen fe en Jesús y en sus obras.
En la obra de Caravaggio que podemos ver en este post, es el propio Jesús el que lleva la mano de Tomás para que meta los dedos en la herida del costado, mientras otros dos apóstoles observan la escena y el propio Tomás tiene una cara que varía entre el arrepentimiento y la incredulidad.
Lo normal es siempre representar el momento más polémico de la escena, el más impactante que consiste en meter los dedos en la herida del costado, a veces simplemente la mano se acerca y otras, como en este caso, da impresión de que se regodea en la herida.
Gerard Van Honthorst La duda de Santo Tomás |
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