El papel del traductor es tremendamente complicado. No se
trata solo de traducir un texto sino de expresar con las palabras adecuadas del
idioma lo que dice el original. Walter Benjamin escribió un texto temprano en
el que hablaba de la tarea del traductor en el año 1921 donde alude a la
complejidad que supone captar el espíritu de las palabras que han sido
expresadas en el texto primitivo.
Las palabras no significan lo mismo en distintas lenguas ya
que el sentido que se puede dar a las mismas las eleva a un referente casi
espiritual que los traductores deben tratar de captar cuando se enfrentan a un
texto. Un día cuando trabajaba en un museo de arte contemporáneo llegó una
traducción del alemán sobre un artista que íbamos a exponer, el director cambió
parte de la traducción y no tenía ni idea de alemán, quizás el camino por el
que iba la traducción no estaba acorde con las ideas del artista.
Vamos a imaginar que estamos traduciendo un texto griego
clásico al lenguaje actual. Lo primero que debemos hacer es conocer la forma de
pensar de esta gente, cuáles eran sus inquietudes, en que creían, cuáles eran
sus miedos y temores. Además los griegos por ejemplo no expresaban situaciones
en pasado ni en futuro porque vivían el presente, el futuro era tan incierto
que no se podía preveer y el pasado casi parecía un presente continuo. Así que
cuando traducimos un texto griego clásico deberíamos tener en cuenta todos
estos factores porque quizás no estamos haciendo una correcta interpretación de
lo que el texto intenta transmitir.
Normalmente para las personas que se dedican a la
fotografía de arquitectura se recomienda conocer perfectamente la historia del
edificio, si el arquitecto está vivo hablar con él para que nos comente cuales
son los mejores puntos de vista o si eso no es posible empaparnos tanto de las
circunstancias históricas y el estilo artístico al que el edificio pertenece.
Cuando tomamos una fotografía del edificio no estamos haciendo una copia sino
una interpretación que debería ser capaz de transmitir el espíritu del
edificio, transmitir la información suficiente para que el espectador pueda
tener acceso a algo más que una bonita fotografía.
Con una obra de arte sucede lo mismo, para poder admirarla
deberíamos conocer los detalles relativos a la misma. No se trata solo de
acudir al museo porque queremos ver el original de uno de los grandes iconos
del arte y hacernos un selfie para informar a todo el mundo que hemos estado
allí. Cuando estamos frente a un icono del arte el silencio y la reflexión
sería importante para poder apreciar cada uno de estos detalles. A veces esta
situación es difícil. Si estamos frente a la Gioconda parece imposible intentar
traducir lo que la obra quiere decirnos, el número de filas, cámaras y palos de
selfie a esquivar para llegar a la obra hacen que nuestra tranquilidad no sea
la adecuada. Pero sería bueno poder tener esos momentos y poder apreciar las
características del expresionismo en El Grito de Munch, los entresijos del
ataque a la ciudad de Gernica en la obra de Picasso o el ideal de belleza
representado por Sadro Boticelli en El Nacimiento de Venus.
Así que frente al arte debemos actuar como traductores que
interpretan las obras, que son capaces de conocer la historia, el estilo del
cuadro y las circunstancias por las que el autor la realiza. La didáctica
parece esencial para una perfecta comprensión de cada trabajo que incite a una
reflexión y nos lleve a descubrir la originalidad que hace a ese trabajo
completamente diferente a otros.
La persona que acude a un Museo lo hace como un traductor,
un receptor que asume el mensaje y amplia gracias a ello su bagaje cultural.
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