Dentro de la serie dedicada a este tipo de escultura por la que ya han desfilado artistas de la categoría de Ron Mueck o Patricia Piccinini, hoy es el turno del artista canadiense Richard Stipl nacido en el año 1968 y cuyas curiosas esculturas no dejan indiferente al que las observa sino que llaman la atención por su capacidad gestual.
Richard Stipl es un artista que representa su propio rostro en la mayoría de sus esculturas, se trata de un extraño caso de introspección personal que recuerda otros casos como el de la fotógrafa Claude Cahun en la segunda década del siglo XX.
Pero si Claude Cahun lo que hacía era disfrazarse como un hombre y mostrar algunos de sus rasgos faciales cambiando el tipo de peinado o el traje, Richard Stipl se representa con diferentes poses y rostros que incluyen distintos estados de ánimo que van, como indica el comisario Paco Barragán, desde el asco al agobio, la nausea, la agonía o incluso la locura. Se trata de procesos o momentos por los que pasa el ser humano a lo largo de su vida tratando de buscar una respuesta a algunas preguntas de nuestro tiempo que muchas veces escapan a nuestra capacidad de comprensión.
Este tipo de estudios o estados de ánimo no son ajenos a otros artistas, contemporáneos como Bill Viola y su vídeo titulado Six Heads o barrocos como Antonio de Pereda que trabaja con un tema muy similar en el siglo XVII o José de Ribera que realizaba dibujos de distintas posiciones del rostro o gritos que después plasmaba en sus cuadros de martirio.
La serialización, uno de los síntomas del neobarroco, según el profesor Mario Calabrese, también es una seña de la obra de Richard Stipl, ya que, aunque en diferentes posiciones, las obras con el mismo rostro o cuerpo se repiten.
Los rostros tienen una dosis de hiperrealismo muy grande, el artista toma cuidado de cada uno de los pliegues o pequeños detalles del rostro, que va variando con la expresión de la cara. Se trata de una versión teatral de los rostros, un teatro que vuelve a recordarnos al estilo barroco, donde la línea entre realidad y ficción a veces es tan delgada que es complicado distinguirla, como ocurre actualmente.
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