Esta es una de las obras más significativas de la etapa surrealista de Joan Miró, debemos tener en cuenta que cuando realiza trabajos de esta época, Miró esta viviendo en París y en contacto constante con el grupo de surrealistas, que allí se reunían en torno a la figura de Andre Bretón, el padre del surrealismo, el cual llegó a afirmar que Joan Miró el mas surrealista de todos los pintores, por encima de otros artistas que se encontraban en ese momento en París y entre los que debemos citar a Salvador Dalí.
Esta obra esta realizada en el año 1925 y marca un poco la trayectoria de las obras surrealistas del artista, donde hay un elemento importante que es una referencia: nos referimos a la naturaleza. Esta es una constante en su obra desde sus primeros trabajos, el paisaje y los elementos que lo componen, algunos naturales y otros fabricados, se dan cita en escenas que recuerdan lugares de Cataluña o de Mallorca.
Una naturaleza que se altera, llegando a realizar una obra que conecta perfectamente con el público infantil ya que muchos de los elementos que la componen cobran vida, actuando de una manera inverosímil, fantástica, onírica, podríamos decir que jocosa y divertida, en muchas ocasiones cercana al comic por las situaciones que se pueden contemplar.
No tenemos mas que fijarnos en algunos elementos que componen la obra, por ejemplo ese cigarrillo tremendamente alargado que recorre los límites de la ventana que intenta mostrarnos un paisaje. En la parte inferior apreciamos como un ratón ha enganchado el cuello de un gato con lo que parece un hilo y parece que tira de él dominándolo el mundo al revés ya que la situación debería ser la contraria. Vemos como unos peces parecen nadar sobre una mesa que en vez de tabla de madera parece tener agua que se sujeta de una manera que no podemos imaginar. Apreciamos también una libélula en la parte central del cuadro, con unos colores un tanto llamativos e inexistentes. Algo similar sucede con la figura del sol que vemos también en el centro, no representado con el color amarillo como suele ser tradicional sino dividido en dos colores, azul y rojo, con ojos y un gran bigote y lo que parece ser una barba que cuelga debajo de su barbilla. Y una escalera que parece que si ascendemos por ella nos conduce a un mundo de fantasía que es todo aquello que podemos contemplar en la obra. Todo acompañado por otro tipo de figuras, estrellas, lineas de distintos colores sin ningún significado especial pero son detalles que componen o forman parte de una obra llena de detalles y cargada de matices.
El surrealismo de Miró abre el camino hacia un mundo fantástico y cómico, lleno de imaginación y situaciones que hasta el momento no eran posibles y que enlazan con los personajes de las obras de El Bosco y nos muestran la capacidad creativa del autor.
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