Este espectacular cuadro está pintado poco después de la llegada de El Greco a España, tras su estancia en Italia donde pasó un tiempo en Venecia y también en Roma. Pero atraido por la construcción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial y la posibilidad de trabajar para el rey Felipe II, decide trasladarse a España en el año 1577, donde permanecerá el resto de su vida. La obra estaba destinada al altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo el Antiguo en Toledo, aunque actualmente puede contemplarse en el Museo del Prado.
La obra muestra el momento en que Dios Padre recoge el cuerpo de Cristo muerto en sus brazos, mostrandonos el dolor por la muerte de su hijo, pero al mismo tiempo la reconciliación que su muerte significa para los cristianos al abrirse de nuevo las puertas del cielo. Las tres personas de la Santísima Trinidad se completan con la figura del Espíritu Santo, representado en forma de paloma por encima de estos dos personajes.
Aparecen estos rodeados de ángeles que, con los rostros llenos de dolor, llaman poderosamente la atención por sus ropajes llenos de colores llamativos, que el pintor de origen cretense aprendió a utilizar durante su etapa en Venecia en compañía de artistas como Tiziano, Tinttoreto o Veronés. Rojo carmin, verde esmeralda, azul turqusa o amarillo plátano son algunas de las acepciones que podemos darle a estos colores.
Destaca sobremanera la figura de Jesucristo, donde El Greco despliega todo su buen hacer, prácticamente desnudo, nos muestra una figura muy musculada, fruto de su admiración por Miguel Angel. Adopta una posición un tanto extraña, pero debemos tener en cuenta que es la figura de una persona que está muerta y que el movimiento ondulado de su cuerpo nos anuncia que no puede controlar sus movimientos, forzando en ocasiones la posición para destacar los músculos de la figura, como sucede en el brazo derecho. Su color blanquecino nos recuerda una escultura, pero pensemos que es una figura que representa a un muerto y que ya ha perdido el color de la carne en su cuerpo. El Greeco es un maestro a la hora de jugar con las diferentes tonalidades del blanco.
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